Paula estudiaba abogacía, tenía un promedio de la puta madre, era una nena de casa (de esas de pedir permiso y volver a casa antes de las 03.00 am), no se perdía ninguna fiesta patronal de nuestra ciudad e iba a misa absolutamente todos los domingos. Sinceramente nunca supe a ciencia cierta que carajo hacía con un caso perdido como yo.
Sumamente inteligente y muy predecible, eso me encantaba de ella, (al margen de sus curvas que hacían de nuestras incursiones a la cama un camino de cornisa), leerle las intenciones era como leer un libro tipo “Fucking for Dummies”. Por ejemplo, si se meneaba entre mi persona y lo que mierda estuviese haciendo más de un par de veces sin pronunciar palabra, era que quería guerra, en cambio, si hacía lo mismo pero murmurando incoherencias en italiano, era que había perdido algo y no sabía donde estaba, si se daba el segundo caso lo mejor era no molestarla, salvo que se quisiera salir de emergencia a la clínica con un mango de guitarra incrustado en el ojete.
La cosa venía bien, ella iba y venía, yo seguía en tren de joda, ya que tenía el pretexto ideal para zafar: “Amor vos tenés que estudiar, mejor seguís y mañana vengo a hacerte mimitos, ¿Dale?”. Mi vida empezaba a ser ideal.
Hasta que un dichoso día:
Estábamos durmiendo una siestita cucharita y todo cuando disparó a quemarropa
-Esta noche cumple años mi mamá, y me encantaría que vinieras – Me impuso-
Y nada, ya no podía zafar, me tenía entre la espada y la suegra. Me sobornó con un combo de un-dos ultraviolento más una siesta a cuatro patas, y yo me dejé engañar con todo gusto…
-¡Dale vamos! – Y quise sonar entusiasmado… no funcionó.
Esa noche me ví buscándola en su departamento, con el auto impecable, y yo de punta en blanco disfrazado de nene de mamá.
La noche transcurrió entre viejos almidonados, copas de Chardonnay, viejas canciones de Frankie (¡hermoso!), y una frasecita recurrente:
“¡EL NUEVO NOVIO DE PAULITA ES UN AMOR!”