Rosana, vivió siempre un cuento de hadas,
proporcionado gentilmente por una madre sobreprotectora a cagarse, un padre
mecánico, castrador y carente de palabras cariñosas para con su hija, y una
tonelada de libros infantiles, películas
de Disney y cuentos de príncipes azules y princesas oprimidas, en la espera del
caballero que la salve, en la torre más alta del castillo más tenebroso, etc.
Lo cierto es que nadie le contó a la pobre Rosi que el príncipe azul no existe
(menos por estas pampas). La muy pelotuda de la madre nunca tuvo
(aparentemente) una charla real con ella, no le enseño a discernir entre la
realidad y la idealidad, la prueba y el error, la posibilidad de enamorarse,
encarar un proyecto y trabajar de a dos para hacerlo funcionar, así que la pobre Rosana se quedó todo el secundario
esperando el beso ideal, con el novio ideal, en la noche ideal, con la poronga
ideal y demás yerbas.
La universidad llegó y nada. Lo peor de
todo fue que hasta más o menos tercer año de facultad la señorita seguía alimentando
la esperanza a fuerza de películas absurdamente romanticotas y con exceso de azúcar.
Lamentablemente a ninguno de nosotros nos
hizo caso:
- ¡Dale! Fijate como te mira, dale calce,
así hay joda esta noche - Era una de nuestras frases recurrentes cuando iba a
vernos tocar a algún lado.
-No seeeee – Típica respuesta.
- ¿Hasta cuándo vas a esperar para
empezar a divertirte Rosanita? – Preguntó Pablito medio borracho y con el hilo
de ferné’ colgándole de la comisura del labio.
- ¡Pero es que yo si me divierto! A mi
manera, por que tampoco voy a andar por ahí con cualquiera – Sentenciaba
generalmente dejando el tema por concluido.
- ¡Mirá Rosita! Cuando se te despierte el
indio quizá sea tarde, haceme caso, no dejes pasar mas tiempo – Y era siempre
yo el que terminaba por ponerse filosófico, más aún en estado de ebriedad-
El problema, quizás, fue que el gallo Pinto
de Rosana mezcló barbitúricos con vino de caja y nunca se levantó a cantar para
despertarle el indio. Hasta que un buen día a la chiquitita esta se le
terminaron por romper los ovarios de tanta espera y a la muy temprana edad de
veinticinco años decidió tomar el toro por las astas.
El desenfreno fue producto del
encontronazo con un baterista de una banda de trash metal que fuimos a ver una
noche, la flaca quedó obnubilada por su porte de chico malo, una mala mezcla
entre James Dean (después del choque) y Shrek, nada más distante de la idea de
príncipe azul, era más bien un príncipe… de las tinieblas:
-Negra, no vayas, no seas boluda, estos
tipos no andan con jodas- Dijo Fede tratando de persuadirla.
- ¡Puta madre! Al final ¿No querían que
empezase a vivir la vida? ¿Eh? ¿Ehhh? – La mina tenía sus argumentos.
- Si, peroooo… ¡Ma’ si! Vos andá y
llamanos mañana para ver como te fue – Culminó Matías, y con esta frase la mina
se fue detrás del batero de “Putrefacción”.
A decir verdad a mí no me llamó a la
mañana siguiente, el “noviazgo” con “El Perro” le duró poco menos que mi actual sueldo, pero ya había
probado las mieles de un sacudón un-dos ultraviolento, el drama que ante tan
poca comunicación con los padres, la madre nunca tuvo la oportunidad de
instruirla en el uso de métodos anticonceptivos…
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