Enero de 2002, aeropuerto de
Estropajolandia, yo estaba sentado de frente al ventanal que da a la pista de
aterrizaje, café y pucho en mano, ya que en esa época todavía se podía fumar en
espacios cerrados (que tiempos aquellos…)
Me tuve que acomodar bastante para ir a
buscar a Pame, reencontrarme con la intragable de cuarta, cara de
insatisfacción sexual de su tía, a la cual nunca pude caerle bien, solo para poder
arreglármelas y convencerla de ir a buscar a su muy apetecible sobrina, hacer a
un lado a los nenes, que en vísperas de fin de semana tenían todas las malas
intenciones ingresar violentamente a mi cueva para una toma de rehenes (llámese
rehén a don J. Daniels, el Sr. Branca y la señorita Corona), y hacerme el
boludo con una invitación a un casamiento de unos primos segundos (sobrinos
cuartos, vecinos lejanos, que mierda se yo).
Al momento del descenso de pasajeros, yo
me paseaba por la puerta de salida esperándola, estaba como por el cuarto
parucho cuando salió de la puerta de pasajeros.
Ni bien la vi debí suponer que algo no
andaba bien, sus pelos ondulados sueltos, la cara de despreocupación (su
famosísima cara de “todo me chupa un huevo”), ese cuerpo tan maravilloso, era
tan ideal como una cerveza fresca una noche de verano, era demasiado bueno para
ser cierto. Debí advertir que las cosas iban a resultar como casi siempre
resultan en la vida de un estropajo sin escrúpulos: Como el orto…
Sacó las valijas, las tiró a la mierda
cuando me vio, y me partió la boca de un beso, todavía sostengo que fue por eso
que perdí el sentido de la orientación, los besos de los labios de una mujer
siguen mareándome, lo hacen con mucha más contundencia que el fernet.
La dejé en la casa de la tía, y salí
volando en mi Cumbancha, me di algo de tiempo para acomodar la caverna, sacar
cosas en avanzado estado de descomposición de la heladera, poner un poco de desodorante de ambiente,
tirar a la basura ropa que no valía el esfuerzo de lavar y dejar el
departamento apenas habitable por unas horas.
Pasé a buscarla pasada las tres de la
tarde, con el baúl lleno de pelotudeces para beber y comer.
La tarde paso, como un huracán, como ella
y yo nos merecíamos, como soy un perfecto caballero vamos a dejar los detalles
al margen (no quiero tener que poner que cogimos como conejos y ese tipo de
vulgaridades).
Terminado todo (por no poner “acabado”
todo), yo ya estaba enamorado de nuevo, por la cabeza me pasaba vender hasta la
viola para irme con ella a England. Estaba en medio de mis cavilaciones de
imbécil enamorado cuando a la señorita se le dio por pegarle una pedrada en la
frente a cupido:
- Que lindo que fue eso mi vida… ¡Qué
pena que sea solo esta tarde!- Dijo.
-¿Ah?...
-Mañana llega mi marido- Remató haciendo
gala de su olvido.
Al día siguiente, casi como si fuese la
letra de algún tango melodramático y lastimero, de esos que escucha La Galle,
la vi pasar. Si señor, la vi pasar a la percanta del brazo del maula que la
alejó de mi corazón. Chan chan!
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