viernes, 5 de agosto de 2011

49- Guadalupe I





Guadalupe era una niña de colegio, finalizando sus estudios (en unos dos años). Yo era un estudiante de tercer año de facultad, muy centrado, cuerdo y responsable (¡Ja! Ni mi madre se cree esta oración). No me acuerdo como nos conocimos (no recuerdo si estaba ebrio), no me acuerdo como se enamoró de mí y tratar de explicar por qué teníamos tan buena onda arrojaría pobrísimos resultados.

Era una mezcla de muchas cosas, ella tenía esa chispa adolescente que yo me rehusaba a perder, y yo tenía ese toque de imbécil de facultad, con aires de John Nash al que ella aspiraba. Mi mundo vagaba entre lo adulto/ero y lo bohemio, entre la música y los libros (y el mundo de la joda principalmente). Y el de ella entre las comedias de Cris Morena, Beverly Hills 90210, la tarea de latín, el matinée de los sábados y las fiestitas de quince.

Lo cierto era que la brecha generacional era obvia y provocó, en su momento, las más variadas y originales gastadas por parte de los nenes. Me hice acreedor a millones de sobrenombres “Profanador de cunas”, “Mary Poppins”, “The Nanny” “Hombre Pampers”, entre otros.

Lo que pocos sabían en ese momento era que entre Guadalupe y yo había demasiada buena onda, me gustaba en serio (use tantas veces la palabra “en serio”, que ya casi no me tomo en serio), la veía muy madura para su edad y, siendo yo muy inmaduro para la mía, hacíamos que la brecha se acortase, a unos dos o tres años de diferencia.

Las cosas iban viento en popa, se me hacía bastante cómodo, no iba a quedarse a dormir en casa como María, por que sus viejos la matarían, no iba a tratar de matarme con comida extraña por que no sabía hervir ni un huevo, ni mucho menos intentar sorprenderme en situaciones de trampa como Paula y otras tantas por que le costaba mucho salir sin permiso de “papi”.

Como les decía, la cosa se estaba poniendo buena, tan buena como Guada vestida de lo que era, una colegiala…

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