jueves, 3 de marzo de 2011

25- Billie Jean


Fernanda fue vecina de toda la vida, la típica nena del frente, que de pendejos nuestros viejos nos obligaban a jugar juntos, concordaban nuestros horarios de inglés y hacíamos carpool para ir a la escuela, después fue el colegio, las fiestas de quince, y las primeras salidas a los boliches.
Al  principio no nos podíamos ver ni en figuritas, quizá por eso de que nuestros viejos eran tan amigos entre ellos, y nos querían encajar la amistad a fuerza de asados, cumpleaños y cuanta reunión social se presentase, era eso o quizá por que a los ocho o nueve años, ella quería jugar con los Pin & Pon y yo, asco de por medio, me quería enroñar con una pelota de fútbol y jugar con autitos de colección.
Con el correr de los años, el esfuerzo de nuestros viejos empezó a dar frutos. Empezamos a darnos cuenta que teníamos más en común de lo que pensábamos cuando nos encontramos de casualidad en la fila de la casa de música, haciendo cola para pagar “Bleach” de Nirvana. La secundaria dio paso a sensaciones nuevas, y empecé a darme cuenta que Fernandita no estaba para nada mal, de hecho estaba para matarla. Ella empezó a sentir algo parecido seguramente, por que salíamos juntos a todos lados, besos por acá, escapadas por allá.
“Si El Estropajo no sale, vos no vas” Decía su papá, entregándome a su hijita adorada con moño y todo.
“Dale, no seas malo, llevala a Fernandita”, solía decir mi vieja a mis tiernos quince o dieciséis años. Obviamente yo me hacía el San Boludo y de paso aprovechaba para sacarle unos mangos y a veces hasta el auto a mis viejos con el pretexto de invitarla a comer una hamburguesa o algo a Fernandita.
La buscaba, poníamos Nirvana al mango y salíamos a hacer cochinadas por ahí amparados por el velo de la noche, y con la bendición de nuestros padres.
Con el correr de los años vinieron novios, novias, salidas, viajes, universidad, los nenes,  y todas las cosas que refieren al proceso de hacerse grande, responsable, y un poco más hijito de puta. Pero siempre estuvo Fernanda, en cada vacación, finde largo, cada vez que la ocasión nos reunía en la vieja cuadra. Obviamente salíamos y hacíamos el desastre correspondiente ya sea en mi depto o en el telo de referencia.
Ya hacía unos tres años que no nos veíamos, ella se había mudado (ya recibida y a punto de casarse) al sur del país y sea por lo que fuere no habíamos tenido noticias el uno del otro, ya que por lo menos yo era menos internauta de lo que soy ahora, o qué se yo.
 Una tarde de esas que no me acuerdo, paseaba tranquilamente con Paulita, helado en mano charlando pelotudeces, cuando de repente:

-¡Hola negro!- Era Fer hermosa como siempre, con esa sonrisa maravillosa que tiene.

- ¡Notepuedocreerboludademierda! ¡Mirate de hermosa que estás Fer!-

A todo esto siguieron las presentaciones de rigor, para que se le fuera la cara de ojete a Pauli. De todas formas se le fue en el acto cuando reparamos en una pequeña manito que sostenía la pierna de Fernanda.

-Y este caballerito ¿Cuántos años tiene?- Pregunté inocente, sabiendo de antemano que era hijo de mi vecinita, la filiación era más que obvia, con el adn no se jode.

-Tiene dos años, y se llama “Estropajito”- Dijo la orgullosa madre, sin darse cuenta la bomba que acababa de tirar.

-¡Amor, se llama igual que vos! ¡Que tierno!- Dijo Paulita entusiasmada.

-¡Hola tocay…!- y me quede ahí, duro, mientras le acariciaba el pelo al nene me pasó un frío por la espalda muy parecido al que debió sentir Rick Allen cuando le dijeron que no se moleste en buscar su brazo izquierdo.

Paula y yo nos miramos, quizá recordando la frase “hazte la fama…” mientras Fernanda me abrazaba con cariño.
Obviamente Fer me juró (y todavía lo hace) que el nene no es sangre de mi sangre, si no que le puso mi nombre en honor a una amistad de toda una vida, y ya que ni en pedo ella dejaría que un tipo como yo sea su padrino, me honró con esa delicadeza de su parte. De todas formas y durante las siguientes tres noches me la pasé rezándole rosarios a Nuestra Sra. de la Promiscuidad, sin poder sacarme de la cabeza la imagen de ese nene divino que lleva mi nombre, y recordando la cara de hija de puta de Fernanda, que todavía se debe estar cagando de risa del susto que me llevé.

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