lunes, 17 de febrero de 2014

83- El Depto…


Pablo vivía con su novia. Pablo bancaba un depto que no era de él, amobló un pedazo de 150 metros cuadrados que no le pertenecía, amó y contuvo a la mujer que tuvo, se hizo cómplice y amante de ella, dejó por un buen tiempo a sus amigos (100% entendible, Cintia estaba demasiado comestible) y aún así, cuando la señorita lo dispuso, le pego un “tres dedos” digno del Chelo Delgado en el yerbero a mi íntimo amigo.

Y… ¿A qué no saben dónde fue a buscar asilo político Pablín?   

Recién separado, de repente sin techo y, ante la idea de volver derrotado a la casa de sus viejos (idea que sé que le apuñalaba ligeramente el ego), no pude más que ofrecerle pasar una temporada en el depto.

Creo que estuvo una semana en mi cubil, hasta que empezó a sentirse incómodo, como un intruso. Nunca lo vi como tal, y me pesa no habérselo aclarado.

Fue una semana divertida, casi fuera de control. Salimos todas las noches, nos quedamos charlando y escuchando música a volúmenes desorbitantes hasta cualquier hora. Cocinamos comidas que atentaban seriamente contra nuestra salud, al punto que, si teníamos un contador geiger, tengo la sensación que hubiese marcado algo de radiación. Llamamos al resto de la cofradía y entre Matias, Fede, Guille y su servidor, nos encargamos que no faltasen partidos de póker, fernet, películas vistas un poco menos de mil veces cada una y alguna que otra falda descuidada, de esas que pululan en mi agenda.
Nos tomamos hasta el pulso, atacamos sin piedad mi bodeguita, y cuando vimos todas las botellas vacías, salimos, compramos más y seguimos bebiendo. Tengo recuerdos un tanto difuminados de esa semana, debe ser por el constante estado de intoxicación etílica al que estábamos sometidos, pero fue una linda semana.

Hasta que finalmente juntó sus cosas y se fue a lo de sus viejos. Me dio un abrazo y me dijo “Siempre voy a estar en deuda con vos”.

Doy fe que sus viejos lo trataron como si hubiese vuelto del frente de batalla, que consiguió instalarse nuevamente en su habitación de soltero, que logró, sin demasiado esfuerzo, adueñarse del control remoto y de la heladera, y que se hizo acreedor casi inmediatamente a ropa limpia, planchada y perfumada.

Pero algo no estaba del todo bien, creo que fue en parte perder la independencia que tenía. Porque tus viejos serán muy piolas, pero siguen siendo tus viejos, y te van a ver siempre como un niño indefenso y frágil, que encima tiene que acatar órdenes y recibir quejas sin chistar (ni hablar eso de tomarse toda la sopa antes de levantarte de la mesa).

La demostración más clara del patetismo que esto implicaba la tuve una noche, en la que vía msn, estábamos tramando una juerga de proporciones bíblicas. Pablito, Matías, Guille y yo, en un chat de grupo, estábamos terminando de ultimar detalles cuando, inesperadamente, Pablín interrumpió el plan maestro de Matías diciendo:

“Che, los dejo un rato, me llama mi mamá para comer”…


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