martes, 11 de febrero de 2014

82- Division de bienes


De cada amor que tuve tengo heridas, suele lamentarse el Sr Wirtz (para mi mejor cantante que actor), por que las rupturas se llevan y dejan cosas, la división de bienes es inevitable. Y a veces, aunque no lo crean, también dejan y se llevan personas.

El final de la relación con Irina, provocó las más disparatadas peleas por las cosas que habíamos comprado juntos:

Obviamente, el condenado juego de ajedrez de vidrio esmerilado fue a parar a mis manos y luego a la basura (Gallega mediante).

La conversación, según recuerdo se desenvolvió más o menos  así:

-  Los discos de Mayer, me los quedo yo. ¿Te va? – Eructó con aire de rabia

Para ser honesto JohnMayer me parece el músico más ñoño del blues y el funk un verdadero insulto para Clapton, Muddy Waters y T-Bone Walker entre otros (por no decir entre todos). Pero tenía ganas de pelear y para eso soy un reverendo hijo de mi madre.

-¿Perdóooon? –Cara de asombro/indignación-  ¡Esos discos los compré yo! Así que se van al depto conmigo, si querés podés quedarte con los de Dimmu Borgir, que los compraste vos… (No le gusta el black metal ni a palos)

-¿Ese laterío inconexo para adolecentes histéricos? Esa es tu onda chiquitito. ¡Esa porquería te la llevas lejos de mi vista! – Punto para el Estropajo.

-¡Ok! Me llevo Mayer y Borgir, y vos quedate con esos libros pedorros de Cohelo que me hiciste comprar, y con la caramelera que parece estar hecha de botellas de coca –dije menospreciando la babosada de caramelera sobre la mesa ratona- ¡No! Mejor me la llevo, algún uso le voy a dar – Repliqué sobre la marcha.

-¡Vos empezaste a tomar desde temprano nene! ¡Vos querés la caramelera para poner a prueba a los gatos que van  visitarte cuando yo no estoy! (para la teoría de la caramelera, esperar posts futuros)

-¡Bueno! ¡Está bien! ¡Quedatela vos! – Dije en tono conciliador, a fin de cuentas, me tenía bastante estudiado.

Hasta ahí, todo transcurría de manera normal, como cualquier ruptura, hasta que tocamos un tema por demás sensible, siendo ella la que abrió el fuego:

-¿Qué hacemos con Verónica? –Y se puso seria.

Verónica era nuestra empleada compartida, iba de un depto  al otro. Al de ella a limpiar un poco, al mío a solucionarme la vida, era mi mano derecha, mi pie izquierdo, mi caballo de batalla. ¡Era todo! O sea que bajo ningún punto de vista iba a permitirme cederla, así me costase los discos y unos libros a los que les había echado el ojo.

-Eso está más que claro, Vero se viene conmigo –Dije con la cara más neutra que pude encontrar, sabiendo que se me venía una tormenta de arena encima.

El colorado de la cara de Irina fue in crescendo hasta que se puso como una pava silbadora, en algún momento pensé que iba a darle un acv, pero respiró, se tranquilizó y justo en el momento en que pensé que zafaba, la vena de la frente empezó a latir a velocidades obscenas y fue ahí cuando tiro toda su bronca contra mi persona:

-¡Vos sos un enfermo! ¡Arrastrarla a Verito, que es un ángel, a tus oscuridades perversas! ¡Ni a palos te la dejo nene! ¡Ella se queda conmigo! – y el colorado se fue transformando en un tono parecido al violeta opaco.

-¡Bueno! ¡Dale! ¡Le preguntemos a ella con quiere ir! – Escupí en un acto de arrojo totalmente estúpido.

A veces, solo a veces, cuando me pongo idiota, tomo decisiones demasiado boludas. Tan boludas que cuando me acuerdo quiero agarrarme a cabezazos contra un cáctus.

Una semana después Verito estaba chocha limpiando solo el depto de Irina, y yo tapado hasta las orejas de mugre y desorden. Y yo pensaba para mis adentros:

“Está bien ¡Que se la quede! Total ¿cuánto puedo tardar en encontrar otra Vero?”

Una semana más tarde, el ejército de salvación comandado por la Galle, tuvo que venir a rescatarme, porque no estaba bien eso de dormir arriba de latas de cerveza y coca.


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