martes, 17 de mayo de 2011

35- El ataque de los clones (musicales)

La música y yo, ese amor incondicional que nos tenemos con mis guitarras es algo que trasciende lo meramente musical. La música y mis locuras me costaron más de una mujer, más de una materia de la facultad y más de una resaca marca Acme, entre tantas cosas que perdí por hacerme el “guitar hero” por unas cuantas horas en algún pub de mala muerte, o en alguna sala de grabación montada apenas y revestida de cartones para huevos, así austeramente, pero dentro de ese tupper, yo me sentía Hendrix.

Una tarde de esas, volvía de la facultad con ganas de tomarme una coca helada, bañarme y dormir hasta el próximo solsticio de primavera, cuando de repente y en medio del tráfico invernal suena el celular:

- ¡Estropajo herrrrrrrmano!- se escuchaba  a Pablito demasiado entusiasmado, y eso solo podía significar dos cosas: Trolas o música.

-¡Pablín! Decime…

-Tengo el dato de una banda que quiere zapar ésta tarde con nosotros en un estudio que conozco, ¿Vamos a tocar alguito?

- ¿Qué onda ché? – pregunté queriendo interiorizarme del estilo de los nuevos nenitos.

- Metal al palo hermano, estos tipos son los herederos de Metallica…- Y se lo escuchaba de verdad entusiasmado, tanto así, que me pegó el entusiasmo a mi.

La idea de hacer metal, con una banda nueva, con semejante crítica por parte de Pablito era más que prometedora, la tarde pronto se transformaría en una mini-sesión de “Monsters of Rock” Live in Estropajolandia.

Llegué a casa, me pegué una ducha (por decir ducha, fue casi un remojo), me cambié, me puse perfumito (no vaya a se cosa que asistieran groupies), y salí raudamente a la dirección que me habían dado.
Ya en el lugar, me presentaron a los “metaleros”, medio jovencitos, diríamos que en plena “edad del pavo”, granos incluidos, empujones entre ellos y chistes estúpidos con las voces a volúmenes insanos (así era de pelotudo yo cuando era pendejo). Pero debía haber anticipado que algo andaba mal cuando le vi la mochila al primera guitarra…la misma tenía un logo que rezaba “Boyz II Men” (ah?). “Debe ser de la noviecita”, pensé mirando a las nenas también en plena revolución hormonal vestidas con sendos uniformes de colegio, los metaleros de alma en esa época no llevábamos ni mochila, nos bastaba un par de púas en la billetera y seguramente algún amigo anfitrión de turno iba a proveer el resto de las cosas, incluída la guitarra en su casa, los precios de aquella época eran más accesibles que ahora y comprar una viola (aunque fuese coreana) no era tan inalcanzable…

Entramos, calentamos los dedos un ratito, y le metimos, ellos nos habían pasado unas hojas manuscritas, con las notas escritas arriba de cada sílaba (como los cancioneros de folklore ¿?). Las letras eran en castellano, manuscritas como estaban (escrito como el orto, errores de ortografía incluidos), no se distinguía muy bien, salvo un “te extraño nena”, “mi amor por vos” o “vuelve a mi”, la cosa se empezaba a poner oscura, oscura como la tarde.
Intenté ponerle un par de riffs con fuerza, con el amplificador al taco, algo interesante, dinámico, pero la batería no ayudaba, y el bajo ni hablar, la voz me resultaba un tanto melosa, no me cerraba para nada, hasta que le vi la muñeca al cantante, un accesorio inconfundible, con orígenes meramente poperos, si si, LA PULSERA VERDE FLUO.

Las pulseras son parte de la idiosincrasia del pueblo, y absorben las características del grupo en cuestión, tal es así que ningún metalero, jazzero, o blusero que se precie de tal, en la puta vida se pondría una pulsera de color verde fosforescente, llegado el caso lo haría si quisiese correr el riesgo de ser violado repetidas veces por los seguidores de La Renga.
Miré a Pablito con cara de rabia, le quemé la cara con la vista. Ahí estaba yo, tratando de seguir un temita empalagoso y tristón, mientras a mi espalda un clon de Ricky Martin torturaba el  micrófono con una cursi declaración de amor.
Después de dos horas de martirio pop, salimos con Pablín del estudio, tenía ganas de matarlo, de torturarlo lenta y dolorosamente como habían hecho conmigo durante interminables cientoveinte minutos.

-Sos un reverendo hijito de puta- lo ajusticié monocorde, mientras subíamos al auto.

-Te juro que no sabía nada, me habían dicho que eran metaleros de los buenos. ¡Que clavo boludo!- la desilusión se le sentía en la voz a mi amigo.

-Sos un pajero, la próxima vez, te mato…-Y me prendí un pucho para dejar que la bronca se haga humo.

Le dí arranque al auto, y encendí el estero, Pablito buscaba en la guantera algún cd para descomprimir. Encontró uno que Paula dejó abandonado a su suerte y que no había vuelto a oír desde que habíamos cortado, mi amigo pensó que este disco calmaría mi idiotera, no lo hizo.

Volvimos a mi depto escuchando Alejandro Sanz, y yo con los oídos en off.

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