Solíamos rumbear pal norte (más aún) en la época del carnaval. Con el auto hasta las manos de alcohol, estupideces para comer, (de esas que te aseguran un par de arterias bloqueadas y infarto a los treinta y ocho años), un par de mudas de ropa (seremos muy roñosos pero no da tres días seguidos con pintura en la cara y harina entre las bolas), y cuatro toneladas de cajitas de preservativos, eso si, la cantidad no aseguraba su uso, es más, muchas veces volvíamos a casa sin pena ni gloria y sin ponerla, pero con una curda que bien podría haber salido en el libro Guinness.
Uno de esos veranos soñados, estábamos recién llegados y acomodando las huevadas que acarreábamos en la casita que teníamos alquilada.
No terminábamos de arreglar las cosas, cuando Fede salió disparado a la calle con nieve en aerosol en una mano y una botella helada de Corona en la otra. Así fue como empezó una tarde-noche de desenfreno total, alcohol, talco, pintura, minas ebrias y música andina.
No había pasado más de una hora de locura carnavalera, cuando todos nos encontrábamos mareados y acompañados con una “amiga” bailando un carnavalito por las calles.
Trago va, vaso viene y mi compañerita de turno, una jovencita por demás hermosa que provenía vaya a saber yo de donde mierda, empezó a contarme cosas intimas de su vida. Lamentablemente estaba muy lejos de mi knockout etílico como para desconectar mis oídos del cerebro así que tuve que, entre beso y manotazo, bancarme una historia de un novio pijudo pero lejos, un padre sobreprotector, una madre golpeada, etcétera, (me cago en las minas con pedo melancólico).
¿Vieron que hay quienes dicen que cuando alguien desea algo con demasiada intensidad se cumple? A ésta flaca habían empezado a llenar los ojos de lágrimas, contándome su telenovela venezolana, cuando yo empecé a desear con todo mi ser, que algo, cualquier cosa (el celular, el vómito intempestivo de ella, un meteorito o la explosión de una central nuclear) la interrumpiera.
Fue en el momento en el que me estaba imaginando la nube en forma de hongo cuando un grito me sacudió y me hizo volver la vista a la calle, era Pablo peleando con otro borracho. Fui separar a la gente y en lo que lo hacía, aproveché la oportunidad para perderme en la oscuridad de la noche.
Me fui a dormir antes de terminar la botella, perdiendo de esta manera, el rastro a los nenes y a la jovencita en cuestión. A la mañana siguiente todos dormían la borrachera del siglo. Nos fuimos despertando de a uno, cada quien con una resaca distinta, demoledora. Pero la resaca no nos impidió darnos cuenta de algo, el último en despertar era Pablito, abrazado a una morocha voluptuosa, muy escultural, la que nos ofrecía a la vista, desde la puerta entreabierta, una espalda descomunal, pero lo histórico fue cuando se dio vuelta. Horrorizados comenzamos, a los gritos, risas y gastadas, hasta que Pablín se despertó.
Lo único que tengo para decir en defensa de mi entrañable hermano es que de atrás, les juro por lo que quieran, de atrás Julit@, parecía mujer.
FATAL!!!!!!!!!,solo para aquellos que piensan que por solo tener un miembro los hace infalibles jejjejej, y mas cuando el niño esta tan despierto que no se entera donde termino!!!!
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