viernes, 7 de marzo de 2014

85- The lady is a tramp

 

Fui un chico precoz. Tuve mi primera novia formal en el barrio,  a los cinco años. Se llamaba Luján, era rubia tenía  rulos. Era linda, muy linda, y yo -con tan sólo un lustro de edad- ya tenía resuelto hasta la canción con la que íbamos a entrar a la iglesia. Inclusive, había llegado a discutir con la Galle, la posibilidad de mudarnos a un cuarto de la casa cuando nos casáramos, a más tardar en diciembre, al final del jardincito.

Pero llegó la primaria y tuvimos que posponer la boda. Fue en esa primera semana de clases en que me enteré que ella necesitaba concentrarse en sus estudios, “darle más importancia a su carrera”, así que me dijo que quería cortar conmigo.

Al comenzar el instituto de inglés, a los 13 años, Luján se había convertido en una diosa absoluta, llena de curvas y de flacos revoloteando a su alrededor, en su gran mayoría mucho más agraciados que yo. Nunca más volvió a darme bola y, debo admitirlo, me dejó un poco resentido.

Cuando cumplimos los ocho años de egresados del instituto, la vieja Miguens, la profe de gramática, quiso organizar una cena de reencuentro con todos los nosotros, se las ingenió para buscarnos uno por uno y armar un fiestón en su quincho, se ve que le habíamos caído bien, o que alguno de nosotros todavía le debía parte de la guita del viaje de intercambio.


No me entusiasmaba mucho volver a encontrarme con ciertos personajes macabros de mi adolescencia, pero sí me interesaba ver a Luján, alimentado por una curiosidad morbosa, plagada de resentimiento. En mi fantasía, Luján aparecía avejentada, gorda, devastada, llena de hijos, con un mal divorcio a cuestas y un empleo de mala muerte que resultaría el hazmereír de las conchetitas del grupo.

Como era de esperarse, la muy perra estaba hecha una venus. No había envejecido ni un minuto y, a juzgar por la ropa, los accesorios, el celular y el auto, estaba forrada en billetes de todos los colores.

Todo seguía igual. Incluyendo su postura de no volver a darme bola.

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