Pablo vivía con su
novia. Pablo bancaba un depto que no era de él, amobló un pedazo de 150 metros
cuadrados que no le pertenecía, amó y contuvo a la mujer que tuvo, se hizo
cómplice y amante de ella, dejó por un buen tiempo a sus amigos (100%
entendible, Cintia estaba demasiado comestible) y aún así, cuando la señorita
lo dispuso, le pego un “tres dedos” digno del Chelo Delgado en el yerbero a mi
íntimo amigo.
Y… ¿A qué no saben
dónde fue a buscar asilo político Pablín?
Recién separado, de
repente sin techo y, ante la idea de volver derrotado a la casa de sus viejos
(idea que sé que le apuñalaba ligeramente el ego), no pude más que ofrecerle
pasar una temporada en el depto.
Creo que estuvo una
semana en mi cubil, hasta que empezó a sentirse incómodo, como un intruso.
Nunca lo vi como tal, y me pesa no habérselo aclarado.
Fue una semana
divertida, casi fuera de control. Salimos todas las noches, nos quedamos
charlando y escuchando música a volúmenes desorbitantes hasta cualquier hora.
Cocinamos comidas que atentaban seriamente contra nuestra salud, al punto que,
si teníamos un contador geiger, tengo la sensación que hubiese marcado algo de
radiación. Llamamos al resto de la cofradía y entre Matias, Fede, Guille y su
servidor, nos encargamos que no faltasen partidos de póker, fernet, películas
vistas un poco menos de mil veces cada una y alguna que otra falda descuidada,
de esas que pululan en mi agenda.
Nos tomamos hasta el
pulso, atacamos sin piedad mi bodeguita, y cuando vimos todas las botellas
vacías, salimos, compramos más y seguimos bebiendo. Tengo recuerdos un tanto
difuminados de esa semana, debe ser por el constante estado de intoxicación
etílica al que estábamos sometidos, pero fue una linda semana.
Hasta que finalmente
juntó sus cosas y se fue a lo de sus viejos. Me dio un abrazo y me dijo “Siempre voy a estar en deuda con vos”.
Doy fe que sus viejos
lo trataron como si hubiese vuelto del frente de batalla, que consiguió
instalarse nuevamente en su habitación de soltero, que logró, sin demasiado
esfuerzo, adueñarse del control remoto y de la heladera, y que se hizo acreedor
casi inmediatamente a ropa limpia, planchada y perfumada.
Pero algo no estaba
del todo bien, creo que fue en parte perder la independencia que tenía. Porque
tus viejos serán muy piolas, pero siguen siendo tus viejos, y te van a ver
siempre como un niño indefenso y frágil, que encima tiene que acatar órdenes y
recibir quejas sin chistar (ni hablar eso de tomarse toda la sopa antes de
levantarte de la mesa).
La demostración más
clara del patetismo que esto implicaba la tuve una noche, en la que vía msn,
estábamos tramando una juerga de proporciones bíblicas. Pablito, Matías, Guille
y yo, en un chat de grupo, estábamos terminando de ultimar detalles cuando,
inesperadamente, Pablín interrumpió el plan maestro de Matías diciendo:
“Che, los dejo un rato, me llama mi mamá para comer”…