Se llamaba María Victoria, íbamos a sexto grado, y era una de las minas más trolas de la escuela. O sea, todo lo trola que se puede ser a los once años. Sus noviazgos solían ser tan efímeros como un pedo en una canasta, y como estaba más buena que tener hora libre, esta niñita solía tener una bandada de buitres en plena revolución hormonal dando vueltas por encima de su enrulada cabellera, esperando el momento en el que el noviecito de turno dejara el lugar vacío para poder reclamar una porción del botín.
En esa época yo era un pendejo de sexto, medio bajito (por no decir enano, ya que ese era realmente mi apodo escolar), pinta de boludo, estudioso a más no poder, cualidad que perdí en algún momento entre segundo y tercero de secundaria, olvidado en algún manual Santillana de historia, mezclado con discos de Nirvana o Stevie Ray Vaughan, pero bueno, eso es otra historia. Como les decía yo era un pendejo tarado de sexto, pero era parte del rebaño, de la comunidad, de eso que todos llaman “compañeros”, pero, ¿Saben que? Compañero son los huevos, cuando a María Victoria se le ocurría dejar a su noviecito por vaya a saber que puta razón, todos los demás pibes nos cagábamos a golpes para ver quien iba a ser el próximo en la ya larga lista de la queridísima “Chueca”.
Al momento de su ruptura con “Javier”, estábamos en una de esas reuniones de sábado a la nochecita en casa de algún padre que tenía suficiente paciencia (o suficiente alcohol) para soportarnos. Papitas fritas van, gaseosita viene, el último cassette de “The Sacados” sonaba en el minicomponente Winco del dueño de casa, y este humilde servidor tenía turno para por lo menos cuatro temas para bailar con La Chueca, turno que me había costado, después de una ardua serie de negociaciones con Carlitos, nueve figuritas de “las difíciles” del álbum de Italia ’90, álbum que nunca llegué a completar culpa de esta riesgosa inversión. Pero el que no arriesga no gana, y después de un guiño de ojo al Carlitos, que estaba de discjockey de turno (pause and play en la doble cassetera), éste cambia bruscamente de tema para pasar de “A mi chica le gustan las de miedo” a “Lady in red”, y antes de que el pobre Chris de Burgh pudiera empezar a lamentarse con “I've never seen you looking so lovely as you did tonight…”, yo ya tenía agarrada a Victoria de la cintura…
Esa historia no la sabía, intriga... Segunda parte YA! (Pablo)
ResponderEliminar