Quizá
sea la parte masculina que nunca desarrollé, o puede ser que sea mi
costado femenino híper desarrollado, pero lo cierto es que, si bien
me gustan los autos… De motores no se una bosta. Lo único que
aprendí es a revisar el nivel de agua, aceite y a no quedarme sin
encendedores ni púas en el auto, pero batería, bujías, pistones,
etc… ¡ni mierda! Sinceramente es muy penoso no saber de que carajo
hablan los nenes cuando se ponen a charlar sobre las cosas nuevas que
les hacen a sus vehículos, y lo más preocupante: NO ME INTERESA
APRENDER.
Pero
lo más frustrante es salir en el auto con una mujer, y que se te
rompa en medio de la joda, simplemente imagínense y traten de
ponerse en mi lugar:
La
noche promete, terminó la cena, a ella le está cayendo la ficha
(después de adobarla con medio litro de malbec, le guste o no), nos
subimos al auto, jason Mraz, risas, caricias y de repente en el
semáforo en rojo de la avenida más transitada de Estropajolandia y
justo cuando Jason ajusticia su canción con “Live high, live mighty. Live righteously takin' it...”
el muy hijo de puta de mi auto se apaga… Y nada, le das arranque y
nada, se apagan las luces, la baliza a mil, el semáforo se pone en
verde, y los imbéciles de atrás empiezan con el concierto de bocina
en Sib (manga de trolos), y ella te mira. Te mira como diciendo
“listo, ésta es tu chance,
demostra lo que sabes hacer, haz tu gracia”,
como dando por sentado que todos los hombres en este bendito pueblo
supiéramos que mierda le pasa a los autos cuando se les ocurre
romperse. Como si tuviésemos el chip implantado, levantamos el capó
del bicho, hacemos un par de pases mágicos, abra-cadáver, y listo,
el auto empieza a andar de nuevo.
Los
autos pasan de lado puteándome, algún que otro pelotudo le grita a
tu estropaja de turno “mamita, veni subite al mío que anda joya”,
yo sigo mirando el tablero como esperando un milagro, pienso pa’
mis adentros “oh! Y ahora… ¿Quién podrá ayudarme?” y después
llego a la conclusión que el chapulín mucha pinta de mecánico no
tiene.
Entonces
saco el celular del bolsillo, y ella pregunta:
-
¿Qué haces? – Casi sin poder creer la cara de desahuciado que
porto.
-
¡Y! ¡Llamo a la grúa!
Y
listo, hasta ahí llegaron mis chances de revolcarme esa noche.
Llega
la grúa, el mecánico se caga de risa, por que el desperfecto era
muy sencillo de solucionar, la Estropaja te mira como diciendo “sos
un imbécil”, y hasta ahí llegó
todo.
Eso
fue hasta que conocí a Tiny…
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