Conocí al Lagarto en la fiesta de quince de una amiga, tenía 24 años, pesaba 43 kgs, era completamente lampiño, no había terminado el secundario y no trabajaba porque era músico y porque sus padres lo mantenían sin problemas.
Nos hicimos amigos por que de casualidad había escuchado que estaba aprendiendo a tocar la viola, y el no se resistía a ninguna conversación en la que estuviera una guitarra de por medio, a parte porque era un fanfarrón de cuarta que le encantaba darse corte diciendo, cada quince minutos, que tocaba en una banda de metal. Además pegamos onda porque yo sabía quién era Hendrix, odiaba el pop y tenía una flamante Gibson Les Paul.
Empecé a frecuentar el lugar de ensayo de su banda, que, por respeto al resto de los chicos no voy a pronunciar su nombre. No era fácil seguirle el tren de salidas a los pibes, en primer lugar porque tenía catorce años y me tenía que escapar de mi casa bajo la seria probabilidad de que a la Galle le agarre un infarto o mi viejo me de la cana por ahí y me rompa el culo a patadas. Las salidas solían ser poco variadas: Tomar cerveza en la esquina con los vagos, tomar heavy metal (vino blanco + sprite + azúcar) en el bar de un amigo y dos veces por semana tomar vino de cajita en el ensayo de su banda. En pos de conseguir aprender un poco soportaba estoicamente los riffs carentes de armonía y ajenos al más mínimo sentido del ritmo que El Lagarto, Yanni y Jóse le arrancaban a sus guitarras indefensas.
La banda nunca había hecho un show en vivo, pero aún así El Lagarto actuaba como un verdadero rockstar decadente: trataba como el orto a las minas, le contestaba mal a la madre, no dormía y nunca quería usar remera, un verdadero pelotudo
En octubre de ese año, la banda consiguió su primera fecha en bolichongo de mala muerte a 10 kilometros de donde yo vivía. Los muchachos se pusieron sus mejores remeras (una de Sepultura, una de Megadeth y una con la cara de Iorio), sus cinturones con tachas cuadradas y sus pantalones más ajustados. Fuimos en bondi. Yo cargué los platos del baterista y llené botellas de gaseosa con cerveza. Me sentía el productor del evento, el manager y el plomo de la banda.
El show fue espantoso. Horrible, horrible. Lo peor que escuché en mi vida, pero ellos le pusieron pasión. El Lagarto se sacó la remera al segundo tema, escupió en el piso y yo… en ese instante me dí cuenta de que era un imbécil.
Soporté como pude el resto del recital tratando de no hacer arcadas.
- ¡Sonamos increíble, la rompimos! ¿Viste qué grosssso? ¡Metal! – Dijo, medio en trance.
- No, la verdad que no, Lagarto, sos malísimo, te lo tengo que decir. Es de lo peor que escuché en mi vida, después de la cumbia.
- ¿Pero vos estás loco, pendejo? , no sabés lo que es el Rock…
- Bueno, me imagino que vos la tenes clarísima… además nunca entendí por qué mierda te dicen El
Lagarto.
- Por Iggy Pop, pendejo, encima de pendejo, boludo e ignorante- Dijo desencajado
- Eh… pero Iggy Pop es La Iguana…- Contesté tratando de contener la risa
- Andate a la mierda.
Esperé a que se hiciera de día para tomar un bondi de vuelta, aliviado, escuchando un cassette de Los Beatles en el walkman. Al Lagarto nunca más lo volví a ver, hace unos meses me enteré que tuvo un mal viaje con pastillas y se tiró por la ventana pensando que, además de ser buen músico, podía volar.
Hoy tengo claro que la música no es eso, que el hábito no hace al monje, y que para plagiar apodos, mejor es uno erróneamente puesto (punto para El Lagarto).