sábado, 9 de abril de 2011

32- Amores perros


Se avecinaba el inevitable final de mi relación con Paulita, era de esperarse, no había que ser Nostradamus ni Ludovica Squirru para darse cuenta que tarde o temprano se iba a hartar de mi y me iba a pegar una patada en el orto, era simplemente una cuestión de tiempo. Lo peor de todo es que, aún sabiendo esto, me importaba muy poco.
Una vez que se produjo el triste deceso de la relación, que me dejó haciendo pucheros en la puerta de mi depto, decidí no pasar por velatorio alguno, cero funerales. A la primera joda que se presentase iba a ir, dispuesto a lo que sea.

El nivel de la musiquita era extrañamente placentero, y yo me pavoneaba solo con mi alma por un pub, vaso de fernet en mano. Me sentía raro, fuera de mí, como cuando te vas de orgía y te das cuenta, haciendo un repaso, que son número impar y sos el único que no tiene una mina de la mano.

“Ahora sé lo que sienten los perros de la calle cuando van a rascar los tachos de basura de los tenedores libres”, pensaba pa’ mis adentros y me fui a casa…

jueves, 7 de abril de 2011

31- Publicidad fraudulenta


Mi empleada doméstica se fue a la bosta de casa, no se si se cansó de verme la cara de degenerado, de bancarse black methal a volúmenes insanos, o de lavar ropa interior que no se correspondía con el género del único habitante (estable o en planta permanente) del depto.

Decidí no perseguirla, no recriminarle que me dejaba a la deriva en un barco sin timón, no le iba a dar el goce de demostrarle que sin ella mi cubil iba a ser un caos, pero caos en serio.
Por el contrario, si se quería ir, que Dios la acompañe (y de paso que la agarre la doce después de perder el clásico y la sodomice sin piedad, por dejarme en banda). Después de todo… ¿Qué tan difícil puede ser limpiar un depto de dos por dos?

En las publicidades se ven a mujeres vestidas de punta en blanco, camisita con escote (buen par de lolas), pantalones medio flojitos de jean y colita en el pelo. Acompañadas por los súper amigos de la limpieza (Mr. Músculo, Oxi poronga y lavandina pinchila), todos en conjunto limpian en dos pedos una casa enorme con jardín, pileta y quincho, dándose el lujo de tener la cena lista y esperar a su maridito para pasar una noche de desenfreno. Esto debía ser una pelotudez.
No se quién habrá sido el reverendo hijito de puta que inventó esa realidad paralela, lo cierto es que mi experiencia personal distaba mucho de las publicidades.

La triste realidad me vio de remera “River campeón ‘96”, bermudas, y chancletas tipo verdulero de mercado, fregando como imbécil y transpirando como Hannibal Lecter el día que le dijeron que tenía que dejar de comer carne.
Mientras todo esto pasaba me preguntaba a mi mismo por qué carajo se me ocurrió ponerme a fumar frente a la computadora sin un cenicero al lado, en qué mierda estaba pensando cuando pedí tallarines con tuco para cenar, si iba a dejar la mesa del comedor como si la mafia siciliana hubiese tenido una reunión de emergencia, qué eran esas manchas negras en el piso que no salían ni exorcizándolas. Limpiar el baño simplemente me dio arcadas, no me voy a detener a describir nada, ni siquiera se atrevan a imaginarlo, por que le van a errar.

Cuando llegó el momento de poner la ropa en el lavarropas, ya eran las ocho de la noche, y había tirado cuatro horas de mi existencia haciendo una limpieza de mierda. Y fue en el momento de agarrar una tanga roja, talle un tanto grandote, que me di cuenta por que me había dejado mi empleada, les juro por nuestra Señora de la Promiscuidad que pocas veces había sentido un olor tan particular. Obviamente ni me molesté en meterla en mi lavarropas, derecho al cesto de basura, y que se la arregle el que recolecta las bolsas en mi consorcio.

Al día siguiente busqué otra persona que me hiciese la limpieza, previniéndola previamente que, al sentir cierto olorcito extraño en el lavadero, no se moleste en lavar lo que emane ese aroma, si no que directamente lo tire a la basura.

Dos semanas más tarde tuve que salir de emergencia a comprar boxers nuevos.

viernes, 1 de abril de 2011

30- Llegando está el carnaval.

Solíamos rumbear pal norte (más aún) en la época del carnaval. Con el auto hasta las manos de alcohol,  estupideces para comer, (de esas que te aseguran un par de arterias bloqueadas y infarto a los treinta y ocho años), un par de mudas de ropa (seremos muy roñosos pero no da tres días seguidos con pintura en la cara y harina entre las bolas), y cuatro toneladas de cajitas de preservativos, eso si, la cantidad no aseguraba su uso, es más, muchas veces volvíamos a casa sin pena ni gloria y sin ponerla, pero con una curda que bien podría haber salido en el libro Guinness.

Uno de esos veranos soñados, estábamos recién llegados y acomodando las huevadas que acarreábamos en la casita que teníamos alquilada.
No terminábamos de arreglar las cosas, cuando Fede salió disparado a la calle con nieve en aerosol en una mano y una botella helada de Corona en la otra. Así fue como empezó una tarde-noche de desenfreno total, alcohol, talco, pintura, minas ebrias y música andina.
No había pasado más de una hora de locura carnavalera, cuando todos nos encontrábamos mareados y acompañados con una “amiga” bailando un carnavalito por las calles.

Trago va, vaso viene y mi compañerita de turno, una jovencita por demás hermosa que provenía vaya a saber yo de donde mierda, empezó a contarme cosas intimas de su vida. Lamentablemente estaba muy lejos de mi knockout etílico como para desconectar mis oídos del cerebro así que tuve que, entre beso y manotazo, bancarme una historia de un novio pijudo pero lejos, un padre sobreprotector, una madre golpeada, etcétera, (me cago en las minas con pedo melancólico).

¿Vieron que hay quienes dicen que cuando alguien desea algo con demasiada intensidad se cumple? A ésta flaca habían empezado a llenar los ojos de lágrimas, contándome su telenovela venezolana, cuando yo empecé a desear con todo mi ser, que algo, cualquier cosa (el celular, el vómito intempestivo de ella, un meteorito o la explosión de una central nuclear) la interrumpiera.
Fue en el momento en el que me estaba imaginando la nube en forma de hongo cuando un grito me sacudió y me hizo volver la vista a la calle, era Pablo peleando con otro borracho. Fui separar a la gente y en lo que lo hacía, aproveché la oportunidad para perderme en la oscuridad de la noche.

Me fui a dormir antes de terminar la botella, perdiendo de esta manera, el rastro a los nenes y a la jovencita en cuestión. A la mañana siguiente todos dormían la borrachera del siglo. Nos fuimos despertando de a uno, cada quien con una resaca distinta, demoledora. Pero la resaca no nos impidió darnos cuenta de algo, el último en despertar era Pablito, abrazado a una morocha voluptuosa, muy escultural, la que nos ofrecía a la vista, desde la puerta entreabierta, una espalda descomunal, pero lo histórico fue cuando se dio vuelta. Horrorizados comenzamos, a los gritos, risas y gastadas, hasta que Pablín se despertó.

Lo único que tengo para decir en defensa de mi entrañable hermano es que de atrás, les juro por lo que quieran, de atrás Julit@, parecía mujer.